Época: Arte Islámico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Artes decorativas
Siguientes:
Cerámica y metalistería islámica

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

Cuando el Islam apareció en la escena mundial, los tejidos de lujo tenían ya una larga tradición de comercio internacional, que recogieron y potenciaron hasta que fue su más preciado producto entre los cristianos; en el siglo VII, Oriente estaba dominado por los tejidos de la Persia sasánida, los telares bizantinos y, sobre todo, por los coptos; en seda, lana o lino los omeyas y los abbasíes dispusieron de representaciones de escenas y personajes paganos, cristianos o sasánidas, amén de animales reales o míticos, cenefas vegetales, etc. Los tejidos ligeros para vestidos, o los medallones y tiras que se les aplicaron, ocuparon un puesto destacado entre las artes islámicas y sus productos pasaron a ser controlados por el califa quien, según costumbre persa, los entregaba como regalo o recompensa oficiales. En los primeros tiempos, el principal centro creador siguió siendo Egipto, país en el que hasta hace muy pocos años aún se fabricaba en exclusiva el tejido negro, recamado en oro, que cubría la Kaaba.
Estas telas presentaban cenefas con inscripciones en las que se indicaba su Dar al-Tiraz de procedencia, aleyas coránicas, jaculatorias y elogios al soberano e incluso poemas; este expediente comenzó en Egipto durante los tuluníes. En la decoración de los tejidos se encuentran motivos idénticos a los que aparecen en otras artes islámicas; a veces se dan en ellos representaciones figurativas, si bien esquematizadas y carentes de modelado, por imposición de la propia técnica, que se prestaban mejor a diseñar bandas lisas, zigzag, recuadros...; en cuanto al colorido, la gama es amplísima, no obstante predominaron los azules, los amarillos y diversos tonos y matices del rojo. Con frecuencia se entorcharon las tramas y urdimbres con hilos de oro, plata y plata sobredorada, enriquecimiento que Egipto no conoció hasta la dinastía fatmí, pero que desde los primeros omeyas ya se hacía en Córdoba, donde existió una Dar al-Tiraz desde muy pronto; fueron famosos otros centros productores de Occidente, como Fez, Zaragoza, especializada en lino, y la seda de la actual Andalucía oriental.

El momento del que estamos mejor informados es el almohade, cuyas espléndidas producciones de seda, de raíz sasánida a veces, formaron todo el ajuar funerario del panteón burgalés de las Huelgas, algunas de cuyas piezas (brocados, entorchados, tafetanes...) pudieran proceder de la Sicilia normanda. En el corazón del Islam destacaron las creaciones de Damasco y de Bagdad, que alcanzaron una extraordinaria difusión y que fueron imitadas, con mayor o menor éxito, en muchos países islámicos.

Los tapices constituyen un género de tejido bien distinto, pues las tramas, que contienen los dibujos concretos, cubren los hilos de la urdimbre en los entrecruzamientos. Por lo demás poco cambia la cosa, pues existe una coincidencia prácticamente total en lo referente a sus principios compositivos, con la variante respecto a las telas de la esquematización total en las representaciones figurativas, hasta hacerlas irreconocibles. Un tipo específico de tapiz grueso, de pequeño formato para su uso personal en la Aljama o en la oración cotidiana, lo constituyen las alfombras de oración, reconocibles por el mihrab que en ellas se representa. Las más antiguas parecen proceder de trabajos de nudos de los antepasados nómadas de los turcos, por ello no extraña que las más viejas conservadas procedan de la Anatolia silyuqí y se daten en el XIII. Los talleres iraníes de tapices y alfombras alcanzaron su mejor época un poco más tarde, si bien su producción se remonta a varios siglos atrás. Con los saffawíes se organizaron las fábricas reales de Isfahan, Kasan y Kerman, en las que se producen multitud de alfombras de minúsculos nudos multicolores de lana y de seda. La decoración de estas piezas es bastante variada, si bien abundan las que presentan un medallón central y trozos en cada ángulo. Una ancha banda con cartelas bordea la alfombra, cuya decoración se completa con temas vegetales y de animales heráldicos. Otro interesante dibujo fue el de las alfombras que reproducen el esquema del jardín persa de cruceros.

Los objetos de vidrio que pueden datarse en la época de la expansión del Arte islámico, son casi siempre botellas de cuello largo y cuerpo globular, con o sin pie, carentes a veces de decoración mientras otras presentaban imágenes en relieve; sobre esta forma básica se usó la técnica de darle dos capas vítreas, incolora la que servía de base y verde o azul la final, de tal manera que la decoración polícroma, dada sobre esta última, destacaba más, componiéndola a base de bandas caligráficas, atauriques, animales e incluso figuras humanas. Recordemos también las jarras para agua, con asa vertical, y que a veces recibieron aplicaciones de oro, como es el caso de las fatimíes.

Desde las Cruzadas fueron incorporando pastas opacas de diversos colores, con añadidos metálicos también y poco después, incorporada al vidrio, una profusa decoración dorada, cuya técnica dominaban los artesanos al servicio de los mamelucos de Egipto, de manera que detentaron el monopolio de la producción durante una buena parte de la Baja Edad Media, pues sus principales competidores, los sirios, fueron trasladados a Samarkanda por Tamerlán hacia el año 1400. El repertorio de formas alcanzó todas las típicas de una vajilla de lujo, pero las piezas más comunes fueron las lámparas (mariposas) para las salas de oración, conformadas a manera de jarras con asas atróficas, para poder atarlas a unos artilugios de metal, de formas diversas, que colgaban como las antiguas arañas. Normalmente muestran un par de bandas caligráficas, una en el cuello y otra en la panza, en las que, además de aleyas del Corán, se leía el nombre del donante.